Alicia Liñán
Psicóloga. Psicoterapeuta (Europsy)
Terapeuta familiar y de pareja. Psicodramatista.
Supervisora docente.
Presidenta de ATESIS
ABSTRACT
La persona del terapeuta es en el sistema terapéutico su instrumento fundamental de trabajo. Por tanto, el conocimiento profundo de sí mismo se
hace imprescindible y sumamente útil para una práctica de eficaz, además
de preservar así su propia salud y crecimiento personal.
El profesional necesita saber cómo manejar sus sensaciones y reacciones, en relación a sus problemas no resueltos.
En la práctica clínica se hace necesaria la supervisión para garantizar que la propia instrumentación y la conducción del proceso sean lo más ajustados a las necesidades de las personas que consultan.
La persona del terapeuta es en el escenario terapéutico su instrumento fundamental de trabajo. Por tanto, el conocimiento profundo de sí mismo, del más valioso recurso que posee – su persona – se hace imprescindible y sumamente útil para un desarrollo eficaz del trabajo terapéutico, además de preservar así su propia salud y crecimiento personal.
Cuando una pareja o familia lleva su problema a la consulta del especialista no solo narran una situación que les preocupa y hace sufrir, sino que además dicha situación se reproduce con los actores/ autores del drama, reviviéndose ante el terapeuta e involucrándole en sus interacciones.
En el escenario de la terapia individual los conflictos del paciente son expresados y evidentemente mostrados en la interacción con el terapeuta.
Es en esta relación donde se pone en juego el proceso curativo.
La práctica profesional supone para el terapeuta un compromiso humano muy especial con las personas en tratamiento, ya que la relación terapéutica entraña, además de una compleja actividad cognitiva, una dimensión emocional importante y singular.
El conocimiento profundo de su persona y su historia, comprendiendo la de su familia de origen y la actual, es decir su pasado y su presente, es un proceso que requiere tiempo y energía. Supone un reconocimiento amplio de su propia vida, no solo de los distintos acontecimientos biográficos: experiencias de éxito, de fracaso, de resolución, de lucha, de superación, de conflictos, reacciones y cambios, de crisis vitales; si no también de los vínculos relacionales significativos y asimismo su forma personal de vinculación.
Según señala Harry Aponte (1992), el rol del terapeuta familiar “supone un enorme autoconocimiento y disciplina, de ahí la necesidad de un trabajo personal”. Además, el profesional necesita saber cómo le afecta personalmente la terapia que está conduciendo… La efectividad del clínico no está solamente limitada a lo que ha resuelto o no para sí, sino a lo que ha reconocido y trabajado en sí mismo. Cuando es capaz de manejar ciertas situaciones puede requerir en algunos casos que logre un cierto grado de resolución en su vida personal, pero en todos los casos significa saber cómo manejar en el contexto terapéutico sus reacciones con respecto a sus problemas no resueltos.
Es por todo ello que en la práctica clínica de los terapeutas se hace necesaria la supervisión, con el fin de garantizar que la propia instrumentación, la conducción del proceso y la utilización de las diferentes
técnicas sea lo más ajustada a las necesidades de las personas que consultan.
En el contexto de la supervisión el terapeuta y el supervisor, con una actitud de curiosidad e incertidumbre, hacen un trabajo conjunto de ajuste
sobre las experiencias que el terapeuta tiene en su trabajo clínico y la visión
externa desde el sistema supervisor.
Edith Goldbeter-Merinfeld, 2004, plantea sugerencias para la supervisión, introduciendo la idea del “tercero pesante” en el sistema terapéutico:
Se plantea analizar el lugar que ocupa el terapeuta supervisando en el sistema del paciente, que le atribuye un papel y una función en su espacio emocional (juez, madre, hermano) previamente desempeñado por personas que ya no están en la vida del paciente.
Asimismo, analizar el lugar que ocupaba el terapeuta supervisando en su familia de origen (los psicoterapeutas suelen ser terceros pesantes en sus familias de origen) con el fin de tomar conciencia de las propias resonancias emocionales, para ello el uso de técnicas activas y psicodramáticas, como la escultura, pueden ser muy útiles.
El supervisor toma riesgos y ayuda a reflexionar al terapeuta sobre la propia historia personal, pone atención a las actitudes ante el género, cultura, raza, valores, orientación sexual, religión,… para que tome conciencia de los temas y/o pacientes que el terapeuta puede estar evitando, qué actitudes/reacciones de su vida personal replica en el ámbito profesional, la influencia de su línea teórica sobre su forma de proceder…
Todo ello para desarrollar relaciones de cooperación y confianza. La supervisión puede realizarse en diferentes ámbitos y para distintas necesidades:
- Supervisión directa pedagógica, entre docente y terapeuta en formación para el entrenamiento en metodología de intervención sobre casos prácticos con dificultades en situaciones específicas (p.ej., maltrato, violencia, acoso…).
- Supervisión externa o consultoría: El supervisor-experto es contratado por la institución para asesoramiento en casos concretos.
- Supervisión – psicoterapia: Se analizan las resonancias emocionales, buscando puntos de encuentro entre el caso y las características personales del supervisado, buscando su maduración personal/profesional.
- Supervisión organizativa, de equipo y de red: Se abordan las dificultades grupales y organizativas de los miembros del equipo, analizando la interacción y las dificultades de funcionamiento y puntos fuertes.
- Grupo de intervisión: Es un subgrupo auto-organizado que discute con el profesional que presenta el caso, mientras el resto del grupo permanece de observador y devuelve sus impresiones, reflexionando
- sobre el funcionamiento y las resonancias en el terapeuta y en el grupo.